Un premio merecido
* Por Matías Rivas
Antes de entrar en consideraciones, hay que ser razonable y directo: José Emilio Pacheco merece sin dudas el premio Reina Sofía por su obra como poeta, traductor y narrador. Es una figura cultural mexicana indiscutible en el mapa de las actuales letras en español, y eso se debe a su calidad como artesano del lenguaje y a su coherencia intelectual y estética.
Su mirada como poeta y prosista siempre ha estado fijada en tres temas fundamentales: la infancia, el malestar existencial ante el absurdo cotidiano y la muerte. Pacheco desarrolla sus obsesiones mediante imágenes límpidas, que logran la transparencia sin solemnidad ni dramatismo. Apela a la metáfora y a los tonos del lenguaje como recursos, y aunque absorbe algo del habla de la calle en sus versos, en lo esencial es un poeta conciente de cada una de las palabras que dispone en sus versos, en los que no faltan las citas clásicas, las parodias cultas y cierta ironía leve. Pacheco se reconoce heredero del legado de Octavio Paz, lo cual se percibe tanto en su poesía como en sus ensayos, muchos de ellos de indudable valor por la nitidez de sus ideas respecto al trabajo de otros autores.
Entre sus variados libros de poemas destacan No me preguntes cómo pasa el tiempo, Islas a la deriva y Trabajos en el mar. En ellos se percibe su estilo depurado y su talento para hacer visible aquello que metafísicamente nos rodea, pero que permanece agazapado en los objetos y en el lenguaje sin que lo notemos, hasta que alguien como Pacheco nos ilumina con su precisión y distancia para que reaccionemos junto a él ante lo extraño. Según sus propias palabras: "Llamo poesía a ese lugar del encuentro/ con la experiencia ajena. El lector, la lectora/ harán o no el poema que tan sólo he esbozado".
En su obra se percibe la huella de autores preocupados de su disposición ante el lenguaje y cuidadosos de las formas poéticas acuñadas por la tradición. Lo cual no implica que desconozca otras vertientes literarias. Prueba de ello son sus declaraciones al respecto y sus ensayos. El año 2004, sin ir más lejos, cuando recibió el Premio Pablo Neruda, reveló su vínculo con la poesía chilena y dejó claro su apego a la lírica: "En 1966 descubrí, por orden de aparición, a Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Pedro Lastra, Óscar Hahn y Enrique Lihn. Digo por orden de aparición, porque en orden de importancia, el encuentro con Gonzalo Rojas fue y sigue siendo definitivo".
Su obra narrativa es tan significativa como su poesía, aunque menos celebrada. Destacan sus libros en prosa: Las batallas en el desierto, El principio del placer y El viento distante. En ellos Pacheco insiste en temas similares a los de su poesía, pero con otras modulaciones y con la misma falta de pretensión que lo distinguen.
En lo personal, me parece que su obra está lejos de la intensidad a la que nos hemos acostumbrado los lectores chilenos con poetas de más voltaje. Hay algo deslavado y pálido que se esconde tras la falta de ínfulas del estilo de Pacheco. Es la deliberada falsa modestia que se huele como una retórica de lo escuálido en algunos textos. Pero sería mezquino negar que Pacheco tiene, como hombre de letras, una relevancia destacable.
( Diario La Tercera, 8 de mayo)
* Director de Extensión y Publicaciones de la Universidad Diego Portales.
9.5.09
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